¿A quién le importa la cultura en
este país? Seguramente a muchas personas: los fines de semana suelen transitar
por las librerías más conocidas un número nada despreciable de gente interesada
en mirar libros (no se diga en la Feria del Libro de Minería o en la FIL en
Guadalajara); los domingos es difícil visitar museos y contemplar en silencio y
con tranquilidad las obras que en ellos
se exhiben; las filas para entrar a las muestras y festivales de cine son con
frecuencia equiparables a los estrenos de alguna película infantil; las salas
de conciertos rara vez tienen poca gente. Pero esto no significa que haya
abundante interés en la cultura. En realidad, el sector de la población involucrado
es insignificante si se tiene en cuenta el número de mexicanos. Ello explica que,
a pesar de que a un puñado de ciudadanos les importa, el nivel cultural y
educativo sigue siendo vergonzoso.
Por generaciones, la formación
cultural en México ha sido deficiente. Las humanidades suelen ser tratadas desde
el colegio como un añadido fastidioso, sin ninguna utilidad, y se le enseña a
los estudiantes que lo prioritario es la adquisición de habilidades para
destacar en el mundo productivo. En consecuencia, somos un país habituado al
descrédito de la cultura. En los colegios, las clases de historia y literatura,
y no se diga de educación musical, son más bien mediocres. Muchos perciben que,
en general, la cultura es tratada de un modo un tanto marginal, cualquiera que
sea el gobierno en turno. No puede decirse, en efecto, que el fomento y la
creación de políticas funcionales en este rubro, sean y hayan sido prioridad. La
situación de la cultura no es mejor ahora que hace treinta o cuarenta años. La
presencia de Gabriel Zaid, siempre atento a este tema, ha sido fundamental para
comprender los numerosos desaciertos —y uno que otro acierto— de los distintos
funcionarios y organismos —públicos y privados— que toman decisiones relevantes
en esta materia. La falta de políticas efectivas y bien planteadas ha sido tal,
como lo ha denunciado tantas veces Zaid, que la cultura ha pasado al olvido y hemos
llegado a un punto en el se ha vuelto necesario explicar, “aunque sea
bochornoso, (…) lo que antes era obvio: la importancia de la cultura” (Zaid
2013: 31).
El panorama se vuelve más sombrío si
se tiene en cuenta que el desinterés en aquélla se da en las instituciones
educativas, desde la primaria hasta las universidades, y se da, también, en las
propias instituciones gubernamentales destinadas a promoverla. En Dinero para la cultura, la compilación
más reciente de artículos de Gabriel Zaid (Debate, 2013), se describe
perfectamente la situación. Se trata de 69 capítulos compuestos a partir de 101
artículos publicados entre 1971 y 2013 en distintas revistas, periódicos y
suplementos. Como es costumbre, la mente analítica de Zaid revisa
minuciosamente el modo en que la cultura ha sido administrada. A lo largo de
estas páginas se discute la problemática acerca de quién debería financiarla,
se critican las políticas fallidas de gobiernos tanto del PRI como del PAN, se
demanda claridad en los premios literarios, se explica por qué los programas de
fomento a la lectura han fallado, por qué las instituciones educativas han
marginado la cultura, por qué el periodismo cultural ha ido en picada, cómo ha
sido que la dirección del Fondo de Cultura Económica se ha vuelto un capricho
presidencial; se incluye también la revisión de las políticas relacionadas con
el mercado del libro y las librerías, el fracaso de los programas de apertura
de bibliotecas (sin libros), la estandarización de los libros de texto, el
despilfarro de los tirajes excesivos, la cultura y el fisco; también se reúnen
artículos en los que se habla de la cultura en la radio y la televisión.
Zaid es un crítico severo. Si hubiese
que decir, en pocas palabras, de qué trata este libro, podría responderse que
de los ‘usos, abusos y fracasos de la administración cultural en México’. Hay
que decir, sin embargo, que junto a las críticas también aparecen las
propuestas altamente valiosas que desde siempre han sido esenciales a los
artículos de Zaid: con gran inteligencia y sentido común, alega a favor de un
fondo para las artes, de una administración (inteligente y sensata, claro) de
la cultura, del renacimiento de los verdaderos editores, de una “cultura libre”
que realmente incida en el desarrollo democrático del país. ¿Por qué importa la
cultura? Zaid ofrece varias respuestas a lo largo de los artículos que componen
el libro. Importa porque es a través de ella que las personas adquieren mayor
conciencia individual, social e histórica; porque así cultivan su inteligencia,
su sensibilidad y sus emociones; porque crecen en libertad y poco a poco se
vuelven capaces de comprenderse a sí mismas, su entorno, su comunidad, y a la
condición humana en general.
Coincido con buena parte de los
planteamientos de Gabriel Zaid. Una constante a lo largo de sus artículos es la
tendencia a des-institucionalizar la cultura, a evitar en la medida de lo
posible los controles gubernamentales o los monopolios de algunos organismos
privados que han convertido algunas manifestaciones literarias y artísticas
mediocres en productos lucrativos. En general, encuentro en su postura una
tensión sumamente interesante: por una parte, es un libertario, es partidario
de una “cultura libre” —anárquica, fragmentada, diversa, dispersa, dice, y,
¿por qué no?, añadiría, des-profesionalizada y des-institucionalizada; por otra
parte, es un libertario moderado que no pretende derribar todo control
institucional. Es, por decirlo claramente, un liberal que propone políticas
culturales bien planteadas pero que ejerzan controles mínimos. La cultura es
algo vivo; la administración burocrática y excesiva ha acelerado su
deceso.
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