jueves, 11 de diciembre de 2014

Tabing Dagat / Junto al mar, de Tomás Calvilo




Tabing Dagat / Junto al mar es un gran poema filosófico o, mejor, un gran hilvanado filosófico compuesto de muchas imágenes poéticas. Es una fenomenología del cuerpo. Es la descripción precisa y minuciosa de la experiencia de tener un cuerpo, habitar en y con él, ser él y esforzarnos por entender quiénes somos a través de nuestros órganos y miembros, a través de la infinitud de sensaciones vividas junto al mar. Tabing Dagat es un vaivén de metáforas y silencios que nos sumergen en la corporeidad y, al mismo tiempo, nos incitan a la extra-corporeidad. El mar, ese dios anónimo e inasequible, de movimientos bruscos pero siempre rítmicos; su brisa, su aroma, su voz, nos hipnotizan cuando estamos junto a él:

            El océano medita en los humores del cuerpo
                       el embate de los años conquistados
            al cernir de las olas que anudan los eventos
                       en las fibras solares de la arena

                       también sabe el mar estar en los ojos
                                   y en los arrecifes de la razón
                                               y el sueño
                                   en las costillas que dan cabida
                                               al latido
                       la caja de calcio del anfibio
                       y la sal húmeda de la piel
                       que evidencia su cercanía

Es el cuerpo quien se relaciona íntimamente con el “yo”; dicho radicalmente “somos un yo corpóreo”. Pero también es a través del cuerpo que nos vinculamos estrechamente con el mundo, ese escenario inabarcable, fascinante proveedor de estímulos que detonan tantas sensaciones, tantas emociones, aversiones y fascinaciones. La brisa roza nuestra piel acariciándola como la seda, las manos y los pies tocan tiernamente la arena, el mar humedece cuanto está a su alcance; no es raro, por eso, que también el cuerpo se haga agua. Y el agua es un estimulante generoso de la imaginación poética. Cerca del mar nuestra mirada adquiere una tonalidad distinta: junto al mar nuestra visión es más clara, más pura, es cristalina; es como si el agua fuese capaz de limpiar las cataratas mentales que se esparcen como telarañas deteriorando nuestras formas de mirar el mundo. Por los poemas que componen Tabing Dagat transitan, en efecto, imágenes purificadas por el agua, pero también crudas descripciones de una realidad mancillada y agobiante:

                       tú eres el primer testigo   
            recuerdas el largo brazo blanco
                       herido por una aguja
                       que inyecta heroína

                       era la vereda
            que llevaba a la mesa familiar

                       bajo tus párpados
            se despliegan esas huellas
            las del amigo callado y sonriente
                       cada vez más pálido
            en esas tardes del retorno a casa
                       qué resta del tiempo
                       que no tuvo mañana
    
            los tres pianos de los padres heridos
                       coleccionistas de artes y dolor
                       histriónicos en su holgura

El cuerpo es fuente de placer, fuente de dolor, es materia esclava de la finitud. Tiene fecha de caducidad. Pero mientras tanto, nos retiene aquí, en la tierra:

            La razón del cuerpo es el sacrificio
                       y no obstante lo rechaza
                        está amarrado a la tierra
                        distante de los cielos

La asimilación de nuestra condición carnal y terrena no es algo que en estos poemas adquiera un cariz dramático. En este sentido, Tomás Calvillo está lejos del romanticismo. No obstante, sí aparece en sus poemas un motivo que nos permite vislumbrar ciertos rasgos de romanticismo. En varias poéticas de cuño romántico la tecnificación y el progreso provocaron que varios poetas volvieran la mirada hacia la naturaleza e hicieran de la comunión con ella uno de sus ideales más latentes. Los excesos de la tecnificación condujeron pronto al dominio ilimitado del entorno natural. Este fenómeno ha sido descrito por muchos filósofos como una fractura, una escisión, entre el ser humano y la naturaleza. La degradación de la naturaleza y la imposición de un mundo artificial es un rasgo dominante en nuestros tiempos. La sistematización, la digitalización, la cibercultura, invaden cuanto existe. No somos capaces de mirar el mundo tal y como es. Miramos, en palabras del propio Tomás, “la realidad expuesta / extraída de una mediación”.  Si acaso por ello, los poetas son seres marginados, olvidados. No hacen falta descripciones imaginarias de tal finura. Las pantallas nos muestran una realidad más sugestiva, la realidad virtual. Hoy podemos estar junto al mar sin estar realmente junto al mar.

Si bien decía líneas arriba que el mundo puede ser visto como un escenario que nos ofrece infinitos estímulos, y he sugerido que la poesía es capaz de describirlas exaltando las tonalidades más cristalinas, más puras, más frescas, tal parece que la poesía ha ido superada por la imagen virtual. El problema es que dichas imágenes han ido modificando nuestros vínculos con el mundo: el universo de la imaginación está siendo alterado por el de la realidad virtual llevando así al extremo la preocupación de Baudelarie a finales del XIX, cuando creía que la cámara fotográfica sería un sustituto de la memoria y la imaginación. Hay, en efecto, una gran distancia entre las imágenes construidas por la palabra poética y la reproducción y construcción de mundos virtuales. La mediación de la realidad virtual comienza a alterar la inmediatez natural y espontánea que habitualmente experimentábamos al despertar nuestros sentidos y emociones. Hoy los estímulos son más veloces, más intensos, más directos, y más efímeros. Por ello la poesía, evocadora de imágenes, evocadora de la presencia real, se ha vuelto infrecuente, al exigir a sus pocos lectores sosiego y reflexión. No se trata de satanizar la creación de realidades virtuales alternas. La tecnología también puede utilizarse para facilitar el acceso a la cultura y a la educación —incluso puede ser un medio para difundir el trabajo de los poetas. Sin embargo, la realidad es que es una minoría la que la ha instrumentalizado para fines más provechosos. Sobre la relación entre poesía y tecnología, queda mucho por decir: ¿qué vínculos existirían —si es que existen— entre la realidad virtual y la realidad poética? En esta dirección, podemos plantear muchas interrogantes a los poetas. Pero hay una que es la más radical: ¿para qué seguir haciendo poesía? Hace pocos días, durante la presentación del libro Vestigios, Javier Sicilia traía a colación aquella sentencia de Hölderlin: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria”. Javier se hacía la misma pregunta con la intención de justificar su nueva vocación por el silencio, una vez que la violencia ha enterrado y asfixiado la voz de los poetas. En otro contexto, podemos preguntar para qué poesía en medio de un mundo en el que el espectador está inmerso en creaciones digitales que han desplazado los mundos imaginarios de poetas y artistas.

La tarde que Tomás Calvillo me obsequió su libro de poemas, comencé a leerlo, y me encontré con una posible respuesta:

                       al no compartir
            las palabras se extravían
            cientos de voces se apropian
                       del monólogo interno

                       ya no se mira
            lo que se mira no se conoce
                       se mira sin comprensión
                       están vacíos los ojos
                       el rumor creciente
                       erosiona las casas

                       (…)

            la imagen efímera del yo
                       que celebra su estupor
                       al divagar sin reparo
            entre lo que nunca ha sido
                       ni es ni será

Sin embargo, la interrogante continúa: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria” La respuesta es tan sencilla como compleja: sin poetas no hay comunión.     

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