Tabing Dagat / Junto al mar es un gran poema filosófico o, mejor, un gran hilvanado filosófico compuesto de muchas imágenes poéticas. Es una fenomenología del cuerpo. Es la descripción precisa y minuciosa de la experiencia de tener un cuerpo, habitar en y con él, ser él y esforzarnos por entender quiénes somos a través de nuestros órganos y miembros, a través de la infinitud de sensaciones vividas junto al mar. Tabing Dagat es un vaivén de metáforas y silencios que nos sumergen en la corporeidad y, al mismo tiempo, nos incitan a la extra-corporeidad. El mar, ese dios anónimo e inasequible, de movimientos bruscos pero siempre rítmicos; su brisa, su aroma, su voz, nos hipnotizan cuando estamos junto a él:
El
océano medita en los humores del cuerpo
el
embate de los años conquistados
al
cernir de las olas que anudan los eventos
en
las fibras solares de la arena
también
sabe el mar estar en los ojos
y
en los arrecifes de la razón
y
el sueño
en
las costillas que dan cabida
al
latido
la
caja de calcio del anfibio
y
la sal húmeda de la piel
que
evidencia su cercanía
Es el cuerpo quien se relaciona
íntimamente con el “yo”; dicho radicalmente “somos un yo corpóreo”. Pero
también es a través del cuerpo que nos vinculamos estrechamente con el mundo,
ese escenario inabarcable, fascinante proveedor de estímulos que detonan tantas
sensaciones, tantas emociones, aversiones y fascinaciones. La brisa roza
nuestra piel acariciándola como la seda, las manos y los pies tocan tiernamente
la arena, el mar humedece cuanto está a su alcance; no es raro, por eso, que
también el cuerpo se haga agua. Y el agua es un estimulante generoso de la
imaginación poética. Cerca del mar nuestra mirada adquiere una tonalidad
distinta: junto al mar nuestra visión es más clara, más pura, es cristalina; es
como si el agua fuese capaz de limpiar las cataratas mentales que se esparcen
como telarañas deteriorando nuestras formas de mirar el mundo. Por los poemas
que componen Tabing Dagat transitan,
en efecto, imágenes purificadas por el agua, pero también crudas descripciones
de una realidad mancillada y agobiante:
tú
eres el primer testigo
recuerdas
el largo brazo blanco
herido
por una aguja
que
inyecta heroína
era
la vereda
que
llevaba a la mesa familiar
bajo
tus párpados
se
despliegan esas huellas
las
del amigo callado y sonriente
cada
vez más pálido
en
esas tardes del retorno a casa
qué
resta del tiempo
que
no tuvo mañana
los
tres pianos de los padres heridos
coleccionistas
de artes y dolor
histriónicos
en su holgura
El cuerpo es fuente de placer, fuente
de dolor, es materia esclava de la finitud. Tiene fecha de caducidad. Pero
mientras tanto, nos retiene aquí, en la tierra:
La
razón del cuerpo es el sacrificio
y
no obstante lo rechaza
está amarrado a la tierra
distante de los cielos
La asimilación de nuestra condición
carnal y terrena no es algo que en estos poemas adquiera un cariz dramático. En
este sentido, Tomás Calvillo está lejos del romanticismo. No obstante, sí
aparece en sus poemas un motivo que nos permite vislumbrar ciertos rasgos de
romanticismo. En varias poéticas de cuño romántico la tecnificación y el
progreso provocaron que varios poetas volvieran la mirada hacia la naturaleza e
hicieran de la comunión con ella uno de sus ideales más latentes. Los excesos
de la tecnificación condujeron pronto al dominio ilimitado del entorno natural.
Este fenómeno ha sido descrito por muchos filósofos como una fractura, una
escisión, entre el ser humano y la naturaleza. La degradación de la naturaleza
y la imposición de un mundo artificial es un rasgo dominante en nuestros
tiempos. La sistematización, la digitalización, la cibercultura, invaden cuanto
existe. No somos capaces de mirar el mundo tal y como es. Miramos, en palabras
del propio Tomás, “la realidad expuesta / extraída de una mediación”. Si acaso por ello, los poetas son seres
marginados, olvidados. No hacen falta descripciones imaginarias de tal finura.
Las pantallas nos muestran una realidad más sugestiva, la realidad virtual. Hoy
podemos estar junto al mar sin estar realmente junto al mar.
Si bien decía líneas arriba que el
mundo puede ser visto como un escenario que nos ofrece infinitos estímulos, y
he sugerido que la poesía es capaz de describirlas exaltando las tonalidades
más cristalinas, más puras, más frescas, tal parece que la poesía ha ido
superada por la imagen virtual. El problema es que dichas imágenes han ido
modificando nuestros vínculos con el mundo: el universo de la imaginación está
siendo alterado por el de la realidad virtual llevando así al extremo la
preocupación de Baudelarie a finales del XIX, cuando creía que la cámara fotográfica
sería un sustituto de la memoria y la imaginación. Hay, en efecto, una gran
distancia entre las imágenes construidas por la palabra poética y la
reproducción y construcción de mundos virtuales. La mediación de la realidad
virtual comienza a alterar la inmediatez natural y espontánea que habitualmente
experimentábamos al despertar nuestros sentidos y emociones. Hoy los estímulos
son más veloces, más intensos, más directos, y más efímeros. Por ello la
poesía, evocadora de imágenes, evocadora de la presencia real, se ha vuelto
infrecuente, al exigir a sus pocos lectores sosiego y reflexión. No se trata de
satanizar la creación de realidades virtuales alternas. La tecnología también puede
utilizarse para facilitar el acceso a la cultura y a la educación —incluso
puede ser un medio para difundir el trabajo de los poetas. Sin embargo, la
realidad es que es una minoría la que la ha instrumentalizado para fines más
provechosos. Sobre la relación entre poesía y tecnología, queda mucho por
decir: ¿qué vínculos existirían —si es que existen— entre la realidad virtual y
la realidad poética? En esta dirección, podemos plantear muchas interrogantes a
los poetas. Pero hay una que es la más radical: ¿para qué seguir haciendo
poesía? Hace pocos días, durante la presentación del libro Vestigios, Javier Sicilia traía a colación aquella sentencia de
Hölderlin: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria”. Javier se hacía la misma
pregunta con la intención de justificar su nueva vocación por el silencio, una
vez que la violencia ha enterrado y asfixiado la voz de los poetas. En otro
contexto, podemos preguntar para qué poesía en medio de un mundo en el que el
espectador está inmerso en creaciones digitales que han desplazado los mundos
imaginarios de poetas y artistas.
La tarde que Tomás Calvillo me
obsequió su libro de poemas, comencé a leerlo, y me encontré con una posible
respuesta:
al
no compartir
las
palabras se extravían
cientos
de voces se apropian
del
monólogo interno
ya
no se mira
lo
que se mira no se conoce
se
mira sin comprensión
están
vacíos los ojos
el
rumor creciente
erosiona
las casas
(…)
la
imagen efímera del yo
que
celebra su estupor
al
divagar sin reparo
entre
lo que nunca ha sido
ni
es ni será
Sin embargo, la interrogante
continúa: “¿Para qué poetas en tiempos de miseria” La respuesta es tan sencilla
como compleja: sin poetas no hay comunión.
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