Cierta
reclusión de la filosofía en la academia ha contribuido a la disociación entre
cultura y filosofía. Por cultura suele entenderse un conjunto de creaciones y
manifestaciones que ocurren en el terreno de las artes y las humanidades. En las
revistas y suplementos culturales predominan las notas relacionadas con la
literatura, la música, las artes plásticas, la historia, incluso, pero pocas
veces con la filosofía. Una de las razones por las que esto sucede es que la
mayor parte de los filósofos profesionales en nuestro país se dedican a la
producción de libros y artículos de alta especialización, y pocas veces se
ocupan de la divulgación. Esta disociación ha hecho de la filosofía una
disciplina científica cuyas producciones se dirigen, en definitiva, a una
comunidad muy reducida. Acaso por ello, los filósofos son poco leídos y su
influencia en el ámbito de la cultura se desconoce, se echa de menos, o su
existencia se somete a discusión (a este respecto véase, por ejemplo, el debate
iniciado por Guillermo Hurtado en mayo de 2012 en la revista de filosofía Diánoia, de la Universidad Nacional
Autónoma de México, y las sucesivas réplicas y comentarios que han ido
apareciendo en números posteriores de esa misma publicación). Lo cierto es que
en muchos sectores, no sólo en el cultural, también en el social, el político o
el educativo, la labor de los filósofos mexicanos es prácticamente ignorada o,
en el mejor de los casos, se alude a ella de manera tangencial.
¿Quiénes
son los filósofos mexicanos? ¿En dónde están? ¿Qué han hecho en el último
siglo? El Consejo Nacional para la Cultura y las Artes publicó en 2013 el
volumen La filosofía en México en el
siglo XX. Apuntes de un participante, en donde Carlos Pereda reúne un
conjunto de notas, ensayos, entrevistas, discusiones, análisis críticos acerca
de algunos pensadores que podrían considerarse protagonistas destacados del
desarrollo de la filosofía en México en el siglo XX (y también en lo poco que
va del XXI). No es un libro de historia. Esto quiere decir que el lector no
encontrará una exposición de las filiaciones, las influencias y las tesis más
destacadas de los filósofos mexicanos. La aproximación de Carlos Pereda a la
filosofía en México evita la disección de las ideas como si se tratase de
piezas arqueológicas. Pereda está hablando de problemas, soluciones y
argumentos que no fueron sino que son parte de la discusión filosófica y, por
tanto, no pueden ser abordados desde la mirada de la historia explicativa, sino
desde lo que él denomina “historia intelectual argumentada”. Pereda no juega el
papel de un cronista ocupado en relatar desde el exterior lo que ha ido
aconteciendo en la filosofía en México, sino que más bien, se comporta como un participante,
un protagonista más que por lo tanto interviene de manera directa en el
ambiente filosófico. Por ello, tras un breve “informe” sobre la filosofía en
México en el siglo XX (primera parte), en donde distingue cuatro fases (la
generación de los “fundadores”, la de los “transterrados”, la época de los
“grandes bloques” y la “irrupción del archipiélago”), Pereda agrupa una serie
de notas, apuntes, conversaciones, reseñas y discusiones (segunda parte) en
donde se aborda la filosofía de personajes tan representativos como Antonio
Gómez Robledo, Adolfo Sánchez Vázquez, Leopoldo Zea, Fernando Salmerón,
Alejandro Rossi, Luis Villoro, Ramón Xirau, Juliana González, y algunos otros
cuya carrera filosófica está todavía en curso como por ejemplo —y por mencionar
unos cuantos— Olbeth Hansberg, Paulette Dieterlen, Mauricio Beuchot, Nora
Rabotnikof, Ambrosio Velasco, Guillermo Hurtado, y otros más.
La
tercera parte está compuesta por un penetrante ensayo en colaboración con
Gustavo Leyva, uno de los académicos mexicanos de mayor prestigio dedicado a la
filosofía alemana, y trata precisamente sobre la recepción de ésta en México:
la influencia del neokantismo, las aportaciones intelectuales de los
fenomenólogos mexicanos y transterrados, la recepción mexicana de Hegel, Marx y
Nietzsche. Se incluye en esta sección una breve reflexión sobre la filosofía de
la liberación de Enrique Dussel. Las observaciones finales a esta tercera parte
arriesgan una especie de diagnóstico sobre la situación de la filosofía en
México y América Latina: si bien es cierto que hemos sido importadores de
diversas concepciones y distintos modos de hacer filosofía, no hemos jugado un
papel del todo pasivo; por ello, no es que hayamos sido colonizados por las
filosofías extranjeras, sino que hemos sido capaces de mantener un diálogo
muchas veces fecundo que nos ha permitido pensar en nuestro contexto con mayor
visión y también con mayor complejidad. Sin embargo, esa tensión entre la
filosofía importada y la nacional ha ocasionado algunos “vicios coloniales”
como por ejemplo la tendencia muy debatible a hablar de una “filosofía
mexicana”, como si la filosofía fuese una disciplina limitable a lo regional.
Carlos
Pereda es un filósofo de la academia. No obstante, lo que más atrae de su labor
intelectual es el interés que desde siempre ha manifestado en traspasar los
bordes y las fronteras del quehacer de la filosofía estrictamente académica
para ocuparse de la lingüística, la literatura, la historia, la antropología
(cuarta parte). En sus propias palabras, importa “volver porosa la razón tanto
al mundo de la política, a las investigaciones de las ciencias o al desarrollo
de las artes, como a las vicisitudes de la vida personal, incluyendo la vida
afectiva”. Pereda no podría ser más claro: “(…) creo que la buena filosofía se
hace con ejercicios de la razón porosa”. Entre las muchas virtudes y
capacidades que despiertan admiración por Carlos Pereda —un filósofo
extraordinario, un intelectual riguroso y un ser humano excepcional— hay algo
que me parece particularmente ejemplar, a saber, su habilidad e interés en
redactar artículos de filosofía técnicos sin despreciar otras formas de hacer
filosofía como lo es la redacción de ensayos destinados a ampliar los
horizontes públicos. En este sentido, Pereda es un filósofo que se ha resistido
a creer en esa disociación a la que me refería al principio entre filosofía y
cultura: si bien la filosofía es una disciplina científica, ello no significa
que deba desvincularse de la vida corriente de los seres humanos. Su reciente
libro es una muestra fehaciente de alguien que sabe reflexionar con suficiente
agudeza sobre el papel que ha jugado, juega y debería jugar la filosofía en
nuestro país.
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